¿Cuántas veces nos hemos topado con una mujer segura en sus 11 cms de altura bajo los talones, un tapado espectacular, maquillaje profesional y peinado impecable?
¿Qué es lo primero que sentimos? ¿Envidia? No, GANAS DE SER COMO ELLA.
Arreglada, segura de sí misma, arrasadora. No es más que un incentivo para llegar a ser nuestro mejor yo.
¿Y cuántas veces somos nosotras las que salimos a la calle preparadas con esmero y con toda la autoconfianza, pero nos cruzamos a una amiga poco ocupada de sí? ¿No desearíamos contagiarla un poco? ¿Servir como un reto?
De eso se trata, de incentivo. De que la grandeza es ayudar a los demás, y no pisarlos. Es evidente que el paradigma está cambiando allí también: el modelo de liderazgo en el mundo ya no es el de «azote», sino el de dar la mano. Ayudar a crecer, a ser mejor. Desarrollar nuestro potencial y ayudar a otras a hacer lo mismo. Eso nos hace mejores.